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viernes, 10 de julio de 2009

Limpiaventanas. Reportaje Fotográfico, Julio de 2009








- Che, ¿no es medio finita la soga? – pregunto. - ¿Aguanta bien?
- Sí loco, aguanta un montón. Son sogas de alpinismo, muy resistentes.
Dentro mío pienso si la soga me aguantará a MI antes que a ellos. Aunque sé que no me van a dejar descolgarme, por cuestiones de seguridad y todo eso, igual las ganas las tengo.
-Bueno, pero, ¿cuánto pesás vos? - Y, como 80 kilos. – Bueno, -contraataco – yo peso como 100. ¿Me aguantará? - Vuelvo a mirar la soga. Tan finita que parece, tan resistente que me aseguran que es. Miedo, no tengo; lo que tengo son ganas de bajar, pero no estoy seguro si con sólo una soga puesta doble no bajaré demasiado rápido.
- ¿Les dieron algún curso en la empresa, alguna capacitación para esto, algo?
- Sí, todo. Vino un ingeniero en Seguridad Industrial y nos dio un curso, pero igual nos preguntaron si teníamos experiencia con trabajo en altura. Yo ya había hecho ladrillo visto en la construcción, así que no tuve problemas – me cuenta Ariel, 22 años.
Alejandro, su compañero, sonríe mientras me muestra: “Mirá, sacá la foto de cómo ponemos la soga como se debe, así no nos retan cuando la vean.”
Ríen los dos, a medida que ponen el sillín y el balde, a más de 50 metros sobre la avenida. Abajo, nadie se entera de lo que pasa por encima de sus cabezas. Inclusive, si levantaran la mirada, no les llamaría la atención. Son limpiaventanas, parte del paisaje de los edificios. Gente que normalmente merece un comentario breve, “qué loco ese trabajo che, hay que ser valiente” y cosas por el estilo. Pero nadie se da una real dimensión de lo que es bajar limpiando ventanas, trabajo fácil siempre y cuando uno tenga los pies sobre el suelo. Así cualquiera. Con la altura, la cosa se complica.
Ariel y Alejandro lo toman como algo común, ya están acostumbrados.
Se sueltan los dos, ya están en el aire, chorreando agua con detergente. Hago algunas fotos y les aviso “nos vemos abajo” tratando de que no suene como un mal presagio. En esta clase de situaciones, cualquier comentario banal puede ser una invocación a la mala suerte. Espero que no. Nunca está de más ser supersticioso cuando la situación es riesgosa.
Desde abajo hago otras fotos. Parece una danza en el aire, balanceándose para llegar a los vidrios del costado. Sin coreografía, pero danza al fin.
Me doy cuenta de que llama más la atención el fotógrafo apuntando para arriba, que los limpiaventanas. Claro, yo estoy al nivel del suelo. La gente pasa al lado mío y recién ahí levanta la mirada. Uno cruza la calle: “Loco, gracias por el espectáculo” les dice, y sigue caminando.
-Todo el tiempo es así, se ve que no es una profesión muy común. – comenta Ariel, desenredando la soga desde abajo para que Alejandro baje más fácilmente.
Les muestro las fotos en la cámara. Les encantan, estamos contentos todos. Aunque yo sigo con ganas de subirme. De ninguna manera, hay que pedir autorización y demás papeleo. Lo entiendo. A lo mejor la semana que viene podemos hacer una segunda tanda, pregunto. Ningún problema. Chau gracias, nos vemos. Me voy caminando, mientras ellos suben otra vez. Mientras me alejo, pienso que me olvidé de preguntar: “¿Y cuando hay viento, cómo hacen?”


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